28/2/08

Los retos económicos en la Cuba de Raúl

El traje azul, la camisa blanca y la corbata gris de seda con discretos puntos oscuros no pudieron ser más simbólicos: en una nación donde la alta jerarquía gobernante se mantiene en el poder vistiendo uniforme militar desde hace casi cinco décadas, el traje de Raúl Castro el día que sustituyó a su hermano Fidel en la presidencia del Consejo de Estado y de Ministros de Cuba sólo era un adelanto de lo que el mismo general de 76 años diría minutos después de asumir su nuevo cargo.


Si bien la cúpula que acompaña a Raúl Castro pertenece a la vieja guardia de la nomenklatura revolucionaria, no deja de llamar la atención el reconocimiento del nuevo mandatario cubano sobre la insostenible situación que prevalece en el sistema de servicios subsidiados por el gobierno socialista.

“Cualquier cambio referido a la moneda debe hacerse con un enfoque integral” considerando las gratuidades y los millonarios subsidios “como los de la libreta de abastecimiento, que en las actuales condiciones de nuestra economía resultan irracionales e insostenibles”, dijo Raúl Castro, dejando asomar la posibilidad de que Cuba realice al menos una tímida apertura económica que le permita un respiro a la precaria situación de sus habitantes.

El problema no puede ser más difícil considerando que el régimen socialista no cambiará en el corto plazo a pesar de que la disidencia política y el desencanto de la población se alimentan, entre otros factores, de las disparidades sociales que ha generado la circulación de dos monedas, una convertible en divisas extranjeras y la otra que responde a la vieja planeación quinquenal calcada del sistema soviético.

A finales de la década de los años ochenta, cuando la posesión del dólar aún era un delito para los ciudadanos de Cuba, en los callejones de La Habana el cambio clandestino de divisas se cotizaba entre 22 y 26 pesos por dólar.

En aquel momento la “bolsa negra”, como popularmente le decían a los subterráneos del comercio en la isla, incluía además de dólares toda clase de productos básicos robados del control estatal y vendidos en moneda extranjera o en su equivalente que servían para “resolver” la vida cotidiana de un país donde los sueldos no superaban los 300 pesos cubanos al mes.

Después de veinte años, legalizada ya desde hace más de dos lustros la circulación de moneda extranjera, y con la creación de una segunda divisa, el peso cubano convertible (Cuc), la economía de la mayor de las Antillas mantiene la misma distorsión perversa de los años previos a la caída de la Unión Soviética.

El sueldo promedio de los cubanos sigue siendo de unos 300 pesos mensuales, que equivalen a 12,5 pesos convertibles, con los cuales se pueden adquirir tan sólo 13,5 dólares, según el cambio oficial, cantidad similar a la que se obtenía hace dos décadas en el comercio informal de divisas.

La diferencia actualmente es que la brecha entre el ingreso y los precios de bienes y servicios, que toman en cuenta la paridad cambiaria, es reconocida e impuesta por el régimen socialista, lo que en palabras del cubano común se traduce en el popular “no hay quien aguante” ganar en pesos y tener que comprar en divisas o usando el peso convertible.

Por eso Raúl Castro planteó la posibilidad de realizar algunos cambios en la economía, lo que a la vez podría significar la tabla de salvación para la gerontocracia de la isla que se resiste a dejar el poder.

Si el gobierno raulista decide tomar en cuenta los ejemplos de China o Vietnam, países con economías de mercado pero que mantienen a nivel político el sistema de partido único, la transición en Cuba no será una ruptura violenta, que por cierto a nadie conviene, sino una lenta transformación de las estructuras que ejercen el férreo control represivo sobre los ciudadanos.

Un primer paso podría ser la ampliación de los permisos para trabajar por cuenta propia, que actualmente ascienden a unos 150.000, la posibilidad de vender y comprar bienes inmuebles, y la creación de un verdadero sistema tributario.

Pero sin duda, el gran reto que tiene ante sí Raúl Castro está en la desaparición de la doble moneda, que implica dejar atrás un sistema improductivo que mantiene al borde del colapso a la red de subsidios, mientras la verdadera economía, a la que silenciosamente ya se acostumbraron los cubanos, se cotiza en dólares o en euros conforme a las leyes de la oferta y la demanda, muy lejos de lo que por tantos años ha defendido la Revolución.

25/2/08

México bajo el embate del narcotráfico

El artefacto explosivo, presuntamente de fabricación casera, que estalló en las manos de su portador el viernes 15 de febrero en una concurrida vía de la Ciudad México dejó al descubierto la frágil seguridad ciudadana y el imperio de la delincuencia que desde hace décadas campea en esta metrópoli de ocho millones de habitantes.

El atentado, que no llegó a consumarse, iba dirigido según las autoridades locales a un jefe de la Policía del Distrito Federal, en represalia por recientes acciones contra grupos delictivos entre los que se incluyen la detención de varios hombres que tenían en su poder un arsenal, y la expropiación en 2007 de inmuebles en los que se vendía droga al menudeo.

La explosión del viernes 15 de febrero, en la que murió el hombre que colocaría el artefacto y, de acuerdo con un video difundido por la televisión mexicana, resultó gravemente herida una mujer de 22 años que le acompañaba, terminó por demostrar los errores del alcalde de la capital mexicana, el izquierdista Marcelo Ebrard, quien insiste en considerar a la ciudad un punto aislado de la violencia del narcotráfico que aqueja al país.

Lejos de las apreciaciones del jefe de gobierno de la ciudad, todo indica que en la capital mexicana se ha experimentado -al igual que en todo México - una recomposición de los liderazgos de los traficantes de drogas, terreno en el que hasta ahora aventaja el cartel de Sinaloa (noroeste), dirigido por Joaquín Guzmán Loera, alías el “Chapo Guzmán”, delincuente que se fugó en 2001 de una cárcel de máxima seguridad.

El hecho de que la bomba le estallara al sujeto que la transportaba es tan sólo un error de cálculo que suele ocurrir hasta en las organizaciones terroristas más avezadas. Lo importante es la disposición de los grupos delictivos a utilizar explosivos en una transitada zona de la Ciudad de México, estrategia que inició el narcotráfico azteca en la década de los noventa.

Dos años después de que un coche bomba fuera accionado en Sinaloa, la madrugada del 11 de junio de 1994, en medio de una fina lluvia, cinco personas murieron y 10 más resultaron heridas en el norte de la occidental ciudad de Guadalajara tras la explosión de un artefacto colocado en un automóvil frente a los salones de un lujoso hotel donde un capo de la droga realizaba una fiesta para su hija.

Cuando los periodistas se dieron cita en ese lugar, aún podían observarse las copas a medio llenar y la lista impresa de un sofisticado menú entre los manteles que no se incendiaron. Al igual que en el incidente de Guadalajara, en esta ocasión la Policía de la capital mexicana trató de minimizar el estallido al inscribirlo como una acción de una célula menor de delincuentes.

Sin embargo, con el avance de las investigaciones se ha podido conocer que los presuntos autores del fracasado atentado estarían relacionados con el cartel de Sinaloa, grupo que se ha hecho con buena parte del control del famoso barrio de Tepito, una céntrica área de la Ciudad de México en la que con extrema facilidad se pueden conseguir desde marihuana y cocaína, hasta una bazuca o cualquier otra arma de grueso calibre.

El escenario no puede ser más preocupante debido a los vacíos de poder del Estado mexicano en aquellas zonas que domina el narcotráfico, pues en lugar de que sean las autoridades las que proporcionen el justo equilibrio del derecho, son los grupos de la delincuencia organizada quienes tienen en sus manos -literalmente- la espada de Damocles que pende sobre poblaciones enteras.

Prueba de lo anterior son las más de 2.600 ejecuciones registradas en México en 2007 como parte de la lucha territorial de bandas rivales del narcotráfico, la aparición de hombres decapitados y el imparable poderío económico de los varones de la droga, quienes incluso han llegado a organizar eventos de caridad en los que se reparten regalos para las humildes comunidades que forman parte de sus rutas comerciales.

Obviamente, la Ciudad de México no está exenta de esa dinámica delincuencial, por el contrario, aunque no lo reconozcan las autoridades, la bomba del pasado 15 de febrero sólo se añade a una aberrante lista de posibilidades con las que cuenta el crimen organizado en la capital mexicana: con menos de 10.000 dólares se compra a un sicario, el gramo de cocaína no supera los 10 dólares, lo que ha incrementado exponencialmente su consumo, y si se comete un delito común existen ocho de diez posibilidades de no ser castigado.

Publicado en Informa-tico.com