6/8/10

¿En verdad hay un dilema en la prensa?

Los sucesos en el Washington Post
Marzo 9, 1977. Washington, D.C.
"Una docena de miembros de una fracción de la secta de los Musulmanes Negros, denominada los Hanafis, secuestró a 132 personas en unas oficinas de tres edificios de la capital (estadounidense). En el incidente murió un periodista y otras dieciséis personas resultaron heridas.

Los terroristas exigieron la retirada de una película basada en la vida del profeta Mahoma por considerarla blasfema, la puesta en libertad de (algunos) detenidos a causa del asesinato de los hijos del líder de la secta, así como la liberación del líder Abdul Khaalis.

Sólo se accedió a la primera de sus pretensiones: se canceló el estreno del filme 'Mohammed, Messenger of God'. Después de 39 días de negociaciones, los terroristas liberaron a los 132 rehenes y se rindieron a las fuerza de seguridad".

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"Las redacciones informativas, después del secuestro de los extremistas Hanafis, analizaron la cobertura televisiva del incidente y debatieron los errores cometidos".

"La CBS News fue la primer cadena en establecer estándares sobre la cobertura del terrorismo, que ofrecen razones por las que no conviene silenciar esas noticias, como algunos críticos propugnaban:

 - La supresión de la información tiene, entre otras, las siguientes desventajas:
* Afecta negativamente nuestra credibilidad (como periodistas). Ejemplo: ¿Qué otras cosas 'callan' los medios?
* Da rienda suelta a los rumores sensacionalistas y falsos
* Incluye factores ajenos a la profesión en la valoración informativa"

GARCÍA, Avilés, José Alberto, Periodismo de Calidad, Madrid, pp. 147-151

5/8/10

¿Y los ciudadanos?

Imagen del sitio VoltaireNet

Pensar y (peor aún) expresar que el Periodismo es un "oficio" fomenta la añeja y constante indefensión de los Profesionistas que hemos ejercido esta actividad como eso: Como Profesión. Oficios y muy respetables son los que se desempeñan arreglando zapatos o tuberías, o fungiendo como digno jardinero o florista.

En la prensa internacional, al menos en los 14 años que trabajé para la Agence France Presse, Nunca escuché a alguien decir que el Periodismo era un oficio. Sólo en este país paternalista y hegemónico, durante 71 años, e incipientemente democrático (en la última década) se considera al Periodista como un "oficiante", lo que para mi resulta como ser menor de edad.

Todos sabemos que el medio es el mensaje, basta ya de ofendernos, quien ejerza el periodismo como un oficio lo hace así, en minúsculas, cometiendo errores básicos no sólo de la Profesión, sino mostrando con ello una gran deficiencia educativa y cultural, nada extraño por cierto en un país como México.

En contraste, ya son varias las generaciones de Periodistas que nos alejamos del tan llevado y traído concepto del "oficio", y de igual forma, somos muchos los que hicimos la distinción entre el ignorante con poder (adquirido con un micrófono, imagen o pluma) y el Profesionista íntegro que puede plantarle cara al Estado corrupto en el que vivimos.

Desde mi perspectiva, hoy la discusión no debería ser la forma en que las instituciones de seguridad deben proteger a los periodistas (con mayúscula y minúscula), si la profesión está en riesgo es porque en general Todos los ciudadanos lo están: ese es el origen del problema y no precisamente los actos intimidatorios (y reprochables) de la delincuencia organizada.

Lo que sucede con la prensa sólo es un reflejo de la violencia generalizada que se padece constantemente en la sociedad, y pongo un ejemplo trillado pero cierto: En México ocho de cada 10 delitos quedan impunes, no importa quienes sean los perpetradores de la conducta ilícita y mucho menos quien es o a qué se dedica la víctima.

La prensa sólo estará a salvo cuando esto cambie, es decir, cuando se proteja verdaderamente a los ciudadanos y se acabe en serio con la impunidad, castigándose a los delincuentes, sean estos organizados, individuales o miembros de las instituciones del Estado o de la iniciativa privada.

No hay que olvidar que el Ejército ha asesinado a inocentes al igual que el narcotráfico, y vale la comparación entre uno y otro porque a mí no me importa la cantidad de caídos que ni la deben ni la temen, sino el hecho de que uno, diez, cien o 28 mil perdieron la vida y no hay castigo para los responsables.

Tampoco tengo amnesia con respecto a las ilegalidades de los empresarios, incluyendo aquellos propietarios de medios de comunicación. Si en México se evaden impuestos, se pagan malos salarios y se despide injustamente a cualquier trabajador, como los Periodistas, es porque los señores del dinero pueden, porque en los hechos la Ley Federal del Trabajo, como el Código Penal, el Fiscal o los ordenamientos Civiles, son sólo un mito con el que se adereza la impunidad.

También quedan sin castigo los malos manejos del presupuesto público, la corrupción dentro del Poder Judicial, la clonación de tarjetas de crédito y hasta las muertes por atropellamiento, sin olvidar por supuesto que en este país, impunemente, se nos ofrece un lento servicio de Internet o de telefonía móvil a un precio superior al que cobra France Telecom en París.

No abundaré expresando más ejemplos, todos tenemos alguna experiencia como víctimas, conscientes eso sí, de que nuestros victimarios andan por la calle sin preocupación alguna. No importa si somos profesionistas de la prensa o simples alfareros, todos estamos sufriendo por igual la sangrienta degradación de la sociedad mexicana.

Por eso, insisto, la discusión sobre la seguridad de los periodistas es como el árbol que no nos deja ver el bosque completo. Es cierto, yo quiero que los trabajadores de los medios de comunicación gocen de todas las garantías de legalidad existentes en las normas nacionales e internacionales, pero deseo con más fervor que los ciudadanos todos, accedamos a eso que hoy parece un privilegio.

Prefiero el Nosotros social, desde la perspectiva ética del Profesionista del periodismo, y no el sectario y revuelto río del "oficio", en el que pretenden hablarnos -como iguales- muchos de los responsables, por acción u omisión, de la impunidad que lacera a este país.

30/4/10

Seis décadas y media

Faltan unos meses para que acabe la guerra, no creo poder vivir hasta entonces, aquí hace demasiado frío y la primavera parece que nunca llegará. Mamá fue trasladada a otro campo, de papá nos separamos el año pasado, mi hermana tampoco resistirá más. Las dos tenemos tifus.

Aquel día en el anexo el sol brillaba como nunca, el castaño lucía hermoso a pesar del otoño. Por una extraña razón, yo mostraba un entusiasmo comparable con la celebración de algún cumpleaños. Subía y bajaba del ático, me cambié el vestido dos veces, hasta lucir lo mejor posible.

Lo que más echo de menos es mi pelo. En esa mañana renegué hasta cansarme frente al espejo, ignorante de lo que se venía encima. Aún recuerdo el tacto suave del camisón, el olor a conservas, la taza de té caliente y mis estampas de cine. Hoy nada de eso existe, somos una sombra de lo que éramos en el escondite.

Ana.
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Se supone que hoy, el día de mi boda (al fin), debería estar brincando de alegría, pero estoy hastiada, tengo jaqueca, llevo meses con este dolor, dicen que es por respirar aire viciado. El médico recomienda que salgamos al patio, ¿Que piensa ese doctor, que somos tontos? ¿Qué no sabe que nadie ha podido estar más de tres minutos afuera sin arriesgar el pellejo por las bombas?

Hoy comeré pastel con merengue, beberé todo el alcohol almacenado, quisiera sonreír, pero no puedo. Quedan pocas horas.

Eva.
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P.D.
http://www.youtube.com/watch?v=66g5-TlcX_s&feature=related

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29/4/10

Mujeres

Una mujer se encargó del dictamen que ordenó la liberación de dos indígenas injustamente condenadas por el delito de secuestro. La noticia fue escuchada con alegría por otro par de mujeres que sufrieron hace meses la misma suerte: una, acusada de violar la Ley general de población de México, al ayudar a migrantes indocumentados centroamericanos, y la otra por estar cerca de las dos primeras, vendiendo agua, en el peor momento de sus vidas, aquel que no borrarán jamás de su piel morena.

A su vez, con un perfil diametralmente opuesto, una guapa venezolana se atreve a denunciar a sus explotadores en un exclusivo "table dance" de la Ciudad de México, mientras una comunicadora se acerca a una abogada para plantarle cara -jurídicamente hablando- al registro nacional de celulares.

Lejos de todas ellas, otra mujer escribe cartas a sus hijos desde la clandestinidad, pertenece al grupo dirigente del EPR, esa desdibujada guerrilla que no obstante su aparente debilidad suele recordarnos de vez en cuando que en este país todavía hay algunos dispuestos a tomar las armas.

Lo mismo sucede en otras naciones: En la década de los años setenta decenas de jovencitas, guerrilleras o aspirantes a serlo, enfrentaron con valentía las torturas de la dictadura militar argentina, al mismo tiempo que sus madres desandaban el camino entre la Plaza de Mayo y las hermosas calles de la entonces gris Buenos Aires. Hoy escenas similares se repiten en La Habana, y en Chechenia, a veces también en Moscú.

Se trata de una imagen escalofriante: La certeza llega con el rostro, femenino, de la injusticia. Damas de Blanco, Teresa y Alberta, Madres de Plaza de Mayo, ex presas de conciencia, Anna Politkovskaya, Emilia Contreras, Angélica Felicia, Digna Ochoa, Jacinta. Todos los nombres tienen un verbo en común y varios adjetivos sinónimos del mismo.

Secuestradas, violadas, vejadas, encarceladas, desaparecidas, robadas, explotadas, despedidas, acusadas, condenadas, obligadas, amenazadas, asesinadas, desilusionadas, pobres o sin poder, salvo la primera que se menciona al inicio, ella, Ministra de la Suprema Corte corrió con mejor suerte.